La tierra roja de Karatu
Karatu no está muy lejos de Mto Wa Mbu, pero es una ciudad completamente diferente.
Está en la carretera que va del Parque Natural del lago Manyara al cráter del Ngorongoro, muchos turistas de safari pasan la noche aquí en su camino hacia las tierras del norte, el Ngorongoro y el Serengueti, por lo que parece más movidita a nivel turístico que Mto Wa Mbu. Es una ciudad más grande.
Otra característica de Karatu es la tierra roja, hemos dejado atrás la tierra oscura volcánica del valle y ahora estamos al otro lado del Rift, encaramadas sobre esa tierra ferrosa. Al estar más alta es una ciudad más fresca y aireada.
Café y mercados
Karatu es la ciudad del café. Lo hueles, lo ves y lo saboreas.
En cuanto llegamos nos vamos a dar una vuelta por el mercado. Me gusta esta ciudad, aunque se nota que hay más vendedores en busca de “mzungus” desprevenidas.
Aquí es donde más hemos utilizado el “apana, asante” (no, gracias), que empieza siendo amable y suave como una sonrisa: “Apaaanaaa, asaaante”, a la cuarta ya suena más duro y a la quinta te gustaría saber cómo se dice “vete a la mierda” en swahili, pero mantienes la calma y sigues adelante.
No hay apenas turismo y los vendedores están bastante desesperados, paciencia y empatía. Aparte de eso el mercado es muy bonito, se nota que es más turístico.
La tribu Iraqw
La tribu Iraqw es la que predomina en esta zona. No llevan ninguna indumentaria que los identifique, pasan desapercibidos y están muy integrados en la ciudad junto con otras etnias, pero discretamente mantienen sus costumbres y tradiciones.
La gente de Karatu es predominantemente cristiana, pero los Iraqw mantienen en paralelo sus creencias ancestrales, que son animistas. Físicamente son delgados, de cara alargada y facciones delicadas y algo orientales, de hecho se dice que provienen de un grupo étnico kushita de la familia afroasiática.
Consulta al chamán
Vamos a visitar al chamán, que tira unas piedras heredadas de su padre y su abuelo, unos 200 cantos rodados que guarda en una calabaza hueca, las cuenta y manipula murmurando nuestro nombre, y luego nos da el resultado.
Daniel y Sandra están bien. Aida también pero piensa demasiado, y yo tengo un problema en el lado izquierdo de mi cuerpo. Si quieres más detalles, pide hora. No quiero más detalles. Lo que tenga que ser, será.
Salimos de la visita al chamán, muy interesante y un pelín inquietante, vamos caminando colina arriba para dar un paseo por la zona.
Es domingo. Un grupo de unos 8 a 10 niños de edades diversas nos siguen colina arriba, cantando y jugando. Cada vez que me doy la vuelta y hago como que los persigo se van corriendo y gritando, pero vuelven y siguen cantando detrás nuestro.
Vemos un dispensario cerrado, muchas iglesias abiertas y llenas de gente cantando, perdemos a Sandra que se ha quedado a grabar los cantos en una pequeña iglesia, la encontramos, los niños siguen detrás nuestro.
Estamos en época de lluvias y la vegetación está a tope, la tierra roja, los niños… vida, mucha vida alrededor. Un subidón de energía.
Llegamos al colegio subiendo por un prado y los niños dejan de seguirnos. ¡Pero su canción se ha metido en nuestros cerebros y la cantaremos unos cuantos días!
El colegio está en silencio, es domingo, pero mañana vendremos a visitar a los niños y a traerles unos kilos de ropa que han reunido Aida y Daniel y nosotros hemos traído desde España.
Comida Iraqw y un café delicioso
Seguimos adelante, vemos granjas enormes y cafetales interminables. Me encanta el olor del cafetal, me recuerda mi infancia en el Cauca, en Colombia.
Llegamos a una casa Iraqw. Hoy comeremos aquí, con una familia que se dedica al cultivo del café.
Es un lugar de lo más agradable. Corre una brisa fresca y comemos bajo un gran techado circular de paja, abierto por los lados. Un día tranquilo y bonito..
Nos muestran el proceso del café, la cosecha, el secado, el desgranado, el tueste… todo huele a café tostado, me encanta ¡y eso que yo no tomo café!. La comida es como siempre: arroz, verduras, algo de carne… y aquí descubro el kande (maíz y frijoles).
Y luego un café delicioso, me permito probarlo y me recuerda al de Colombia, suave, aromático y fresco.
Visita a la escuela
Al día siguiente vamos a la escuela, esta vez rebosante de vida, y les entregamos la ropa. La verdad, hubiese preferido dejar la ropa allí y que los profesores la distribuyeran entre los que más la necesitasen, pero al final se la entregamos nosotros y me siento un poco con complejo de salvadora blanca… pero ha sido una buena acción que espero que ayude…
Una curiosidad, todos los niños van a la escuela con uniforme y con la cabeza rapada. Así no hay distinciones ni privilegios y todos son iguales. Las niñas llevan falda y los niños pantalones, es lo único que los distingue. No pueden llevar joyas ni nada que destaque, ni trencitas o peinados de peluquería, que es una señal de estatus. Todos rapados, todos iguales.
Cueva de los elefantes
A primera hora de la tarde vamos a la Cueva de los Elefantes. Ha llovido toda la noche y decidimos hacer la excursión por la tarde a ver si se ha secado la zona lo suficiente.
Si esperas ver elefantes en la Cueva de los Elefantes, te va a decepcionar. Es un agujero al pie de una colina que han creado los elefantes al rascar contra las paredes sus colmillos, con la finalidad de sacar minerales que complementan su alimentación. Los elefantes se esconden si oyen venir gente, o sea que es raro que veas alguno.
Sin embargo el camino es alucinante, caminas por una selva primaria, espesa y exuberante, de hecho estamos en la Zona de Conservación de Ngorongoro, por la parte de fuera del cráter, con unos paisajes que recuerdan la película Greystoke. No encontramos mucho barro, la tierra está húmeda pero es transitable. Después de visitar la cueva vamos hasta la cascada. Ya sólo el paseo a la cascada vale la pena.
Nos acompaña un Ranger del parque, armado. Hay animales peligrosos, no sólo elefantes, también puede haber búfalos, vemos huellas frescas de leopardo… el ranger sólo disparará si hay peligro inminente, primero al aire, sólo abatirá un animal si es absolutamente necesario.
También viene un guía, un señor mayor, muy mayor. Con un entusiasmo increíble nos enumera un montón de plantas que curan todo lo imaginable: cáncer, covid, tristeza…¡y se sabe todos los nombres de las plantas en latín!
Cuando volvemos me quedo rezagada (como siempre) y el hombre se espera y me acompaña. Le pregunto cuántos años tiene, tiene 78, ¡y su padre tiene 125 años y está vivo! Dice que él piensa vivir al menos hasta los 150. Y la verdad es que el hombre está muy bien, salta por la selva como un colibrí.
Le pregunto cual es el secreto, me dice: comer crudo, no beber leche (la leche es sólo para las crías). Si cocinas la comida, evita los fritos, son mortales. Vive haciendo lo que te gusta, no te quedes quieto y sé buena persona. Tan sencillo.
Un paseo por la selva lleno de paisajes y sorpresas. No importa que no hayamos visto animales, sabemos que están ahí, los hemos oído, hemos visto sus huellas, nos han respetado, los hemos respetado. Con eso me basta.
Volvemos al hostel, una duchita, una cena ligera y a descansar.
Mañana tenemos una de las experiencias que más deseo de este viaje. ¡Nos vamos a ver a los Hadzabe!