Llegué a Bukhara un domingo a las tres de la tarde, después de un trayecto plácido en tren “Sharq” de algo más de 3 horas desde Samarcanda.
Dejé mis cosas en la Guesthouse Minorai Xurd, una gran elección. Está a 5 minutos andando de la plaza Lyabi-Hauz en una zona tranquila.
Me dí el gustazo de alquilar una habitación individual con baño, pequeña pero llena de luz, por 12€ la noche con desayuno incluido.
¡Y qué desayunos! De los mejores de mi viaje por Uzbekistan.
Esos “desayunacos” en el patio de la casa a la sombra de un gran árbol se me grabaron en el corazón.
La familia que lleva la casa es muy agradable, aunque no hablen inglés. En los 4 días que estuve allí se desvivieron porque me sintiera a gusto.
Nos entendimos bastante bien con el traductor de Google.
Después de tomar un té y unos higos con la familia y dejar mis cosas, salí a investigar.
Primeras impresiones
El sol ya estaba cayendo y todo tenía una tonalidad ocre, los ladrillos de arena reflejaban la luz del atardecer.
Quería comer algo y empaparme de Bukhara.
Bukhara es un oasis. Ya desde el tren ves cómo cambia el paisaje hasta entrar en el desierto de Kizil-Kum, y en un par de horas vuelve el verde del oasis que alberga esta hermosa ciudad.
Es la quinta ciudad de Uzbekistan, con una población de unos 280.000 habitantes.
Durante muchos siglos fué un centro de peregrinación y enseñanzas del islam muy importante.
El fundador de una de las ramas más importantes del sufismo Khoja Bakhouddin Naqshbandi nació, vivió y enseñó aquí.
Bukhara es una ciudad color arena que destila sabiduría y cierto misticismo, pero sin agobiar y sin juzgar.
El sufismo es la rama más tolerante y filosófica del islam, y se nota.
Aparte de eso, 80 años de prohibición religiosa durante la época soviética ha hecho que muchos uzbekos, aunque se declaren musulmanes, no son practicantes.
Tenía ganas de ver un caravanasar auténtico, que eran las “posadas” para los comerciantes de la ruta de la seda, con grandes patios para albergar a los camellos y los cargamentos, rodeados de pequeñas habitaciones donde dormían los viajeros.
En Bukhara puedes visitar muchos caravanasares, hoy convertidos en restaurantes, galerías fotográficas o que albergan pequeños bazares, sin tener que pagar nada.
Complejo Lyabi-Hauz
Así que ese primer atardecer en Bukhara lo dediqué a tomarle el pulso a la ciudad, a visitar algún caravanasar y llegarme hasta la plaza Lyabi-Hauz, uno de los centros neurálgicos de la ciudad.
Lyabi-Hauz, que en tayiko significa «alrededor del agua», tiene precisamente como centro una gran piscina o estanque, construido en 1620.
Alrededor de este antiguo estanque (36×42 m) de 5mts de profundidad, durante los siglos XVI – XVII se construyeron tres grandiosos monumentos:, la madrasa Kukeldash (siglo XVI), Khanaka y la madrasa Nadir Divan-Begi (siglo XVII).
Todas ellas forman un solo complejo, del cual Lyabi-Hauz sirve como elemento central.
Encontrar un sitio con agua es un gustazo, sobre todo en las horas centrales del día.
A mediodía, si hace calor, ponen en marcha los chorros de agua que humidifican el aire y que, junto con las sombras de las grandes moreras, crean un microclima fresco y agradable.
Cuando llegué por primera vez a la plaza, a pocos minutos andando desde mi alojamiento, supe que iba a pasar muy buenos ratos ahí.
Madrasa Nadir Divan Begi
Al atardecer los bares que rodean el estanque están a tope, cada noche hay un espectáculo de danzas en la madrasa Nadir Divan Begi, la que está tras el parquecito de moreras, una belleza, por cierto.
Puedes entrar gratis, creo que es restaurante o un bar, hay mesas y sillas, pero al anochecer se cierra para el espectáculo folklórico para el que hay que pagar. Yo no fuí.
Justo delante de la increíble fachada de esta madrasa corre una señora con un carrito que vende unas somsas de patata y calabaza deliciosas, de las mejores del viaje.
El Mulá Nasrudín
En el mismo parque de las moreras, junto al estanque, hay una estatua de mi personaje sufí favorito: Nasrudín.
Las historias del mulá Nasrudín han cruzado todas las fronteras y muchos siglos, y aún siguen siendo vigentes y divertidas.
El mulá Nasrudín es el “profeta bobo” del sufismo.
Durante siglos, los maestros han usado las anécdotas de Nasrudín y su burro para introducir a los niños en la filosofía sufí con humor y humanidad.
Complejo Poi Kalon
Después de desayunar con una chica japonesa en mi guesthouse y compartir información con ella, me fuí a callejear por la ciudad.
No sé cómo, me encontré de pronto frente al Complejo Poi Kalon, que comprende la Mezquita Kalon, el Minarete Kalon de 48 metros de altura y la Madrasa Mir-i-Arab.
Es el Registán de Bukhara, el complejo más bonito y admirado de la ciudad.
Minarete Kalon
El minarete Kalon es muy especial, es la edificación más antigua de la ciudad.
Y es que cuando Gengis Khan llegó a la ciudad, tras un asedio brutal (febrero 1219) se dispuso a hacer lo que todos los conquistadores, arrasar con todo.
Dice la leyenda que paseó triunfante por la ciudad y al llegar frente al minarete Kalon y levantar la cabeza para observar su altura y su belleza, se le cayó el casco hacia atrás.
Pregonó que Bukhara habia caido rendida a los mongoles pero que Gengis Khan se había rendido ante la belleza del minarete Kalon, y lo salvó de la destrucción.
Es un minarete soberbio, sencillo y maravillosamente construido.
También tiene un triste pasado, el minarete se utilizó durante un tiempo como último destino de los condenados a muerte. Se los lanzaba desde arriba, en una caída de más de 40 metros.
La mezquita no corrió la misma suerte, aunque se reconstruyó más adelante.
Mezquita Kalon y madrasa Miri Arab
Visité la madrasa, sólo puedes acceder a la entrada, el patio está cerrado, aún es una escuela coránica y no está abierta al público.
Hacía mucho calor y me metí en la mezquita, que tiene un gran patio para los rezos (puede acoger hasta 10.000 personas) para refrescarme un poco, ni siquiera recuerdo si pagué por entrar, creo que no.
Debían ser las 12 o la 1 y el sol pegaba fuerte. Me senté en un rincón del patio a la sombra a beber agua y descansar un poco.
La mezquita es hermosa y acogedora, llena de detalles mágicos y rincones abandonados.
Estaba fundida. Conocí a una pareja colombiana que viajaba con un hombre catalán y nos pusimos a hablar en catalán como posesos, no es fácil encontrar gente de tu tierra por ahí.
Cuando se fueron (sólo tenían un día en Bukhara y querían verlo todo, siempre con prisas), recorrí el bonito patio de la mezquita y regresé a la plaza del estanque.
Tuve la suerte de encontrar una mesa para comer junto al agua y me pedí una ensalada de berenjenas, un poco de pan afgano y té verde.
Al rato se me acercó una mujer mayor, divertida y algo estrafalaria, era americana y no encontraba mesa para comer. Se llama Kate.
Se sentó en mi mesa y hablamos hasta que se nos hizo de noche.
Cuando viajas sola a un país donde el idioma es una barrera, es un placer poder hablar con alguien, aunque sea en inglés, y pasamos un buen rato.
O sea que fué un día muy “social”: Japón para desayunar, Colombia y Barcelona a media mañana y Montana durante el mediodía y la tarde.
El Arq
Un nuevo día en Bukhara, con un cielo azul profundo y un sol de justicia.
Después del desayuno me propuse llegar a la fortaleza de Bukhara, el Arq.
El Arq es una gran fortificación ubicada al noroeste de Bukhara. La estructura se asemeja a un rectángulo, pero un poco estirado de oeste a este.
El perímetro de las paredes exteriores es de 790 m, y su área interior es de 4 hectáreas. La altura de las paredes varía desde 16 hasta 20 m.
La primera referencia escrita del Arq es del año 899. Pero hay referencias de la edificación ya en el S.V
Era la residencia de la corte, una ciudadela que protegía a los ricos y poderosos.
Se encuentra siguiendo calle abajo desde el minarete Kalon.
Sus paredes son imponentes y su entrada es muy característica.
Cuesta 40.000 sums la entrada y, la verdad, no te dejan ver mucho, cuando yo estuve (septiembre 2023) los museos estaban cerrados y sólo se podía acceder a una pequeña parte del recinto.
Puedes ver la mezquita del viernes y el patio del trono, pero te van a intentar vender de todo.
Según mi experiencia, vale la pena el paseo y acercarse hasta allí y admirar sus muros imponentes, pero apenas puedes ver algo dentro, o sea que me hubiera ahorrado los 40.000 sums de haberlo sabido.
Los comerciantes de la ruta de la seda aún existen
Ese día me agobié un poco con los puestos de artesanía, ¡es que están por todas partes!.
Los vendedores no son agresivos, muy pocos te llaman a comprar en su puesto, pero es que no hay un centímetro sin un puesto de telas, gorros peludos, joyas, monedas…
Me tuve que sentar a reflexionar, al fin y al cabo es su medio de vida ¿qué se espera al viajar por una antigua ruta comercial? Pues comerciantes, ni más ni menos.
Ellos forman parte del paisaje y la mayoría vende artesanías bonitas.
Soy yo la que se tiene que adaptar al medio. Ellos son el medio.
Me puse a pasear por los bazares cubiertos, que son unas estructuras sorprendentemente bellas, me empapé de paraditas y comerciantes y me reconcilié con ellos y conmigo misma.
Hasta regateé y compré alguna cosita.
Fuí a comer algo ligero al Halva Cafe, muy recomendable, es un book café en el centro que tiene una terraza sombreada que hace esquina por la que corre un airecito genial. Un lugar tranquilo, fresco y agradable.
Y luego a mi alojamiento, a pasar las horas más calientes. De 2 a 5 de la tarde no se veía a nadie por la calle.
Por la tarde me metí por las callejuelas laberínticas y estrechas del barrio viejo hasta llegar de nuevo a la mezquita Kalon.
Chor Minor
Hay una pequeña y coqueta edificación que quería ver mi último día en Bukhara.
Con el frescor de la mañana y la tripa llena crucé al otro lado de la ciudad para visitar el Chor Minor.
Chor Minor significa “4 minaretes”. De hecho es la entrada de la madrasa Khalif Niyaz-kul, y lo único que queda de ella.
Es una pequeña joya que destaca por sus formas y sus 4 pequeños minaretes, cada uno dedicado a un punto cardinal, cada uno distinto en el dibujo de sus azulejos.
La entrada es gratuita y puedes subir a la parte de los minaretes por 5.000 sums.
Está un poco apartada del centro, unos 20 minutos andando, y no es de los lugares más visitados, con lo que la visita es muy agradable, me gustó mucho.
Me llamó la atención que sobre uno de los minaretes había un nido con una cigüeña de mentira.
Pregunté y me dijeron que hasta hace pocos años había montones de cigüeñas en la ciudad, pero que con la sequía habían cambiado su ruta migratoria y ya no pasaban por la zona.
Esos nidos falsos son para recordarlas.
De hecho, si te fijas, también hay homenajes a las cigüeñas en la plaza del estanque y en algún otro rincón de la ciudad.
Decir adiós a Bukhara
Bukhara es una ciudad para saborearla lentamente, con tiempo.
Hay tanta belleza que necesitas tiempo para digerirla.
Lo mejor es callejear, perderte por sus rincones y disfrutarla.
No me pareció que 4 días fueran demasiado tiempo para una ciudad hermosa y acogedora.
Conocí gente, me reconcilié con el comercio mundial, caminé mucho, comí bien, me reencontré con Nasrudín y el sufismo, y con las huellas de Gengis Kan.
Hay quien dice que Bukhara es la ciudad más bonita de Uzbekistán, pero es que Khiva también tiene lo suyo.
A la mañana siguiente me esperaban 7 horas de tren hasta Urgench y luego apañármelas para llegar hasta Khiva.
Pero eso te lo cuento en otro post.
Si quieres leer más sobre mi viaje por Uzbekistán, aquí te dejo otros posts:
10 curiosidades sobre Uzbekistán